martes, 16 de junio de 2009

EL CODESARROLLO EN SU LABERINTO

EL CODESARROLLO EN SU LABERINTO
Alberto AcostaEconomista
La aparición y posterior consolidación de un concepto en la sociedad no es fácil.Con frecuencia asoman términos novedosos, pero que, luego de cumplir el papel demoda pasajera, en un abrir y cerrar de ojos desaparecen. Otras veces, suproposición, en la práctica, se transforma en un ejercicio de definiciones múltiples,lleno de encrucijadas y rodeos, dispuestos de tal naturaleza, que poco aportan paraun adecuado entendimiento de lo que se pretende explicar. Esa, al parecer, es ladoble situación que caracteriza a la palabra codesarrollo. Está de moda. Y, de paso,nos conduce a un laberinto...El codesarrollo, que a primera vista indica que se trataría de una reflexiónligada al desarrollo compartido, ha encontrado un terreno propicio en medio delactual fenómeno migratorio. Las migraciones desde siempre han estado vinculadas ala vida del ser humano. En la actualidad, sin embargo, la realidad migratoria presentauna serie de características diferentes a las de anteriores épocas, a ser comprendidasa partir de las nuevas circunstancias que atraviesa la humanidad. Los veloces avancestecnológicos, particularmente en el campo de la intercomunicación y de los mediosde transporte, han acercado las distancias a un tiempo (casi) presente. Los flujosfinancieros circulan por el mundo a la velocidad que impone la necesidad de laacumulación de los capitales. Las relaciones comerciales, aunque marcadas por unremozado proteccionismo, también se han multiplicado. Y en este contexto, cuandoel discurso de la apertura de los países y del libre mercado inunda el escenario, uncreciente número de personas de los países empobrecidos, a pesar de las barreras ylos muros que se erigen para impedirlo, busca desesperadamente acceso en lassociedades enriquecidas.
En esta encrucijada aflora el codesarrollo. Su aparición intenta dar cuenta deuna alianza entre los procesos migratorios y la cooperación internacional destinada amejorar las condiciones de vida de los habitantes del mundo subdesarrollado,hipócritamente definido por la jerga diplomática como mundo en desarrollo, peroque debería llamarse mundo empobrecido. Este es un intento plagado decontradicciones y nuevas complicaciones.El francés Sami Naïr, siendo funcionario del Quai d’Orsay, en 1997,inauguró el laberinto. Propuso integrar inmigración y desarrollo. Planteó que tantoel país de origen como el de acogida, en este caso Francia, podrían beneficiarse si seestablece una relación consensuada que permita sacar ventajas a ambas partes. Loque quería era situar a los inmigrantes en tierra gala en el centro de la política decooperación al desarrollo del gobierno de París. Los principios esgrimidos fueronlos de corresponsabilidad, cogestión de los movimientos migratorios y solidaridad.Este esquema, enmarcado en una coyuntura específica de dicho país y queencontraría respuestas en el ámbito legal, más allá del discurso que anuncia elaprovechamiento de las potencialidades que la migración y la cooperación encierran,tenía como su objetivo básico, por cierto no expuesto explícitamente, el frenar losflujos migratorios a territorio francés. Para conseguirlo, financiando proyectos dedesarrollo en los países emisores, lo que se planteaba es desplazar a dicho países elpeso de la lucha contra las migraciones irregulares. No pretendía frenar lainmigración, sino simplemente regularla en función de las demandas de mano deobra o de población de la sociedad receptora, alentando, simultáneamente, elretorno “voluntario” de grupos de inmigrantes radicados con anterioridad enFrancia. Este es un empeño que se nutre del deseo de los inmigrantes de participaren la construcción o reconstrucción de las condiciones de vida en sus países deorigen para viabilizar su retorno: el sueño de todo inmigrante, que muchas veces nopasa de tal, de ser simplemente un sueño.A partir de esta aproximación el término adquirió vida propia. Así,desplegando el concepto de codesarrollo, muchas veces sin hacer el más mínimo esfuerzo por definirlo, se convoca a una multiplicidad de acciones y se alientandiversas iniciativas. Los más noveleros impulsores de este nuevo término son, a nodudarlo, los gobiernos y algunas organizaciones de la “sociedad civil” en los paísesreceptores de los flujos inmigratorios, contando, para qué negarlo, con elentusiasmo interesado de personas y organizaciones de los países emisores de sereshumanos (prestas a lucrar de los recursos que se suman alrededor de estasnovedosas iniciativas). La idea que está inserta es la de una cooperación entreiguales. Y, en una versión mucho más refinada, en el espíritu del codesarrollo seincorpora tanto el diseño como la aplicación de estrategias que alienten proyectos decooperación para el desarrollo en los que se incluyen también las propuestas y lasredes generadas por los inmigrantes, así como por sus familias y su entorno, tantoen el país de origen como en el de destino del viaje.La idea del beneficio mutuo surge a partir del reconocimiento del papel delos emigrantes para el desarrollo. El emigrante es visto inclusive como un vector deldesarrollo. Su accionar directo le transformaría en un portador del desarrollo y suinfluencia permitiría transportar elementos para el desarrollo. La migración,entonces, no debería ser vista como una amenaza. Lo que interesa es despertar, através de acciones de codesarrollo, sus potencialidades en las dos puntas del procesomigratorio, tanto en los países de origen como en los de destino. Y el traslado deeste reconocimiento en la práctica de proyectos específicos los transformaría enproyectos de codesarrollo. Esta acción se complementaría con el empoderamientode los diversos actores involucrados en el control de dichos proyectos, en unambiente de relaciones bilaterales equitativas. Con acciones medibles “aquí y allá”,con actores conectados transnacionalmente, en procesos bidireccionales, sepretende, en definitiva que las partes involucradas obtengan beneficios del hechomigratorio.Uno de los ejes de este concepto gira alrededor de las remesas financieras.Estos montos, cada vez más cuantiosos, han desatado un debate internacional sobreel potencial que estos flujos de dinero pueden tener para el desarrollo de los países emisores de mano de obra y cómo se debería canalizar su utilización. Para algunaseconomías estos ingresos monetarios son vitales. Representan un ingreso queasegura la supervivencia de muchas personas y familias. Son un medio paramantener o crear lazos de pertenencia comunitaria e incluso familiar. Intervienen enun proceso de reconfiguración de las identidades sociales, ayudando a unreposicionamiento en la escala social de muchas personas que abandonaron suscomunidades en situaciones precarias.En este punto conviene anotar que no sólo cuentan las cada vez máscuantiosas transferencias financieras y materiales. Paulatinamente cobra fuerza elsignificado de otras transferencias inmateriales, aquellas remesas sociales, culturales,laborales y empresariales. Esta suma de recursos intangibles encuentra tambiéncabida en el mundo del codesarrollo, que es acolitado por otros dos conceptos —equívocos, pero de moda— como son el capital humano y el capital social. Elprimero encontraría cabida en los conocimientos y experiencias que pueden adquirirlos inmigrantes en los países de destino y que luego los derramarían en sus propiospaíses, al tiempo que el segundo recoge las ventajas acumuladas colectivamente araíz del proceso migratorio. En ambos ámbitos comienzan a aflorar proyectosdenominados como de codesarrollo. En suma, integrando las anteriores reflexiones,aparece con cada vez más fuerza este concepto de codesarrollo, transmutado enaquella palabra casi mágica que acelera la definición y la aprobación de proyectos decooperación, como un día lo fue (o lo es de alguna manera todavía), el género, loétnico o lo ecológico.A contrapelo de tanto discurso y buenas intenciones la realidad esimplacable. El número de proyectos existentes e incluso posibles, ajustados a estaspercepciones de lo que podría ser el codesarrollo, es y será muy limitado. Su prácticaes aún más pobre; recordemos solamente la dificultad en cristalizar un verdaderoproyecto de codesarrollo: encontrar actores vinculados en los dos extremos del flujohumano dispuestos a colaborar entre sí, dentro de los márgenes y las expectativascontempladas por las políticas oficiales de cooperación es muy complejo. Y si a esto sumamos la profunda contradicción entre los objetivos que mueven alemigrante/inmigrante con los que se definen y aplican en las políticas decooperación en general, el potencial de este codesarrollo es muy limitado.Esta realidad es aún más compleja si tenemos presente el objetivo primigeniodel codesarrollo, que sigue deambulando cual fantasma al que no se lo quieredevelar, pero que se sabe que existe. El codesarrollo, que se originó con el francésSami Naïr, no hay que olvidar, trata de impedir que lleguen más inmigrantesirregulares a los países enriquecidos provenientes de los países empobrecidos, y deninguna manera pretende contribuir a cambiar, a través de una política integral, lascondiciones que reproducen la inequidad en las relaciones entre los paísesempobrecidos y enriquecidos. ¿Será acaso el codesarrollo un ejercicio de falsaconciencia con el que se quiere ocultar determinados hechos determinantes propiosde la lógica básica del sistema mundial y la ausencia de voluntad política paraenfrentarlos?Desde el otro lado, los límites surgen también por las limitacionesintrínsecas de la llamada cooperación al desarrollo. Esta no ha sido —tampocopodría ser— una verdadera palanca para superar las múltiples causas que provocanel desencanto y la frustración, la pobreza y la exclusión, el desempleo y la violenciaen los países empobrecidos, expulsores de mano de obra y personal calificado. Lapolítica de cooperación, en tanto extensión de las políticas internacionales de lospaíses ricos y como tales defensoras de sus intereses, no se da entre iguales. Además,los países donantes, muchas veces coincidentes con los acreedores de la deudaexterna y casi siempre influyentes en los organismos multilaterales de crédito, sonlos que imponen las condiciones en la economía global, en donde se deberían buscarvarias de las causas de estos desordenados procesos migratorios.La política de ayuda al desarrollo, o en la actualidad simplemente decooperación, que parece resumir el concepto de desarrollo desde la visión de loscentros de poder mundial, “reemplaza el desarrollo por un combate a la pobrezacon que se disfraza el miedo hacia los pobres”, como acertadamente afirma el escritor ecuatoriano Javier Ponce. Al tratar de paliar las duras condiciones de vida enlos países empobrecidos se quiere impedir que sus habitantes pongan en riesgo elbienestar del mundo considerado como desarrollado. Y, de paso, sería como unaforma de retribuir en algo los beneficios que obtienen los países receptores de lainmigración. Esta, no hay duda, significa desarrollo para dichos países. Rejuvenecesus poblaciones y fortalece a la seguridad social ayudando, en algunos casos, aretrasar la crisis de los sistemas de pensiones. Genera mucho más riqueza que elmonto de las remesas que transfiere afuera, incluyendo aquellas nuevas inversionesorientadas a sostener a los trabajadores extranjeros y sus familias. Podría inclusocontribuir a crear sociedades más abiertas y quizás más tolerantes. Podría incorporarnuevos valores culturales que enriquecen a los países de destino.El codesarrollo resulta, a la postre, un concepto gelatinoso. Si bienconcentra su atención realmente en un punto, ofrece mucho, pero sigue ocultandolos temas de fondo.
Quito, agosto de 2006

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